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jueves, 2 de junio de 2011

Cuadro de Ventanas y recuerdos de Quinteros

"Bahía de Ventanas" 100 x 70 cms. $750.000
Cuando chico veraneaba en aquel espléndido Quinteros de antaño. Tenía tanto cuento entretenido como la estación de trenes, el circo en sus inmediaciones, la playa del Papagayo con rompientes de olas que se sucedían unas tras otras hasta unos cien metros de la orilla, el bosque de pinos en la punta con la playa de los Enamorados y la Cueva del pirata, por allí todavía se encuentra la cabaña de Francisco Coloane y en su costa norte , la playa de todos los días esto es Las Conchitas. El viejo Fritz dibujaba como los dioses con lápices grasos a color, yo tendría unos siete y lo veía retratar esos viejos eucaliptus con unas ganas de aprender su gran oficio, la familia Pheninger tenía la casa al estilo suizo más linda de Quinteros. El pueblo abajo en el istmo de la península, era compacto con edificaciones de madera en dos pisos de línea continua, había una fábrica de hielo cuyos bloques llevábamos al hombro cerro arriba, la pista de aviones navales donde zarpó por primera vez el Manu tara rumbo a Pascua y muchas anécdotas con rincones de ensueño. Sobretodo resalta la topografía de pendiente curva armónica que rellena toda la península como los planetas del Principito.

Bueno los tiempos cambian y la casa de un Cochrane, en algún momento un palacio de Cousiño, la modesta casa de Raúl Sáez y toda esa magnífica sencillez del lugar fue dejando pasar a la inmundicia de los pañales y plásticos, con hordas de gente que no supieron habitar el lugar. La explotación desmedida de moluscos hizo que el Papagayo se erosionara y el mar se comiera la playa ahora sin los huiros que la defendían del impetuoso mar, la cueva del pirata un cagadero impresionante con rocas grafiadas por doquier, gente con hambre en campamentos improvisados, perros enfermos sin casa y mejor no seguir.

Pero como todos saben, la pequeña caleta de Ventanas y entre otros el colegio La Greda al otro lado de la bahía, la pasan mucho peor. Allí íbamos de paseo recorriendo la larga playa del Vato, ahora ocupada por la Refinería, la Termoeléctrica, Gasco y todo el humo y contaminación que cubre desde Puchuncaví por el norte a las ricas tierras de Valle Alegre por el sur. En la punta de la península me acerco a mirar su imponente muro de cerro con sus precarias casuchas, la antigua fábrica de sal de mar, sus botes roñosos y hago un apunte a lápiz, de allí me inspiro a pintar este cuadro que pasa por muchas etapas hasta conseguir algo que idealiza el alma inmortal del lugar.

1 comentario:

  1. Casi se me cayeron las lagrimas. Que pena!

    Para mi Ventanas es el lugar preferido de mis recuerdos. El recuerdo de mis abuelos, la casa de alerce del alemán, que compraron mis abuelos, y luego mis otros abuelos, el pozo de agua, la letrina, la cocina con leños, las subidas con citroneta, la higuera, las bajadas diarias del cerro a la playa...

    Mi abuelo que tumba los pinos porque le tapaban la vista. Las noches mirando los barcos llegar a la ENAP, los gobelinos en las paredes que evocaban lugares árabes distantes.

    El filtro del agua, la lámpara a parafina a presión, las bilz y pap, la trampa debajo del cuarto de los niños para guardar vinos, los camarotes, los temblores...

    los dolores de oídos, mucha playa, mucho capear olas, mucho humo en los oídos que no servia de nada...

    Y esos paseos, incluso las aventuras a los bosques enormes, que misterios, los paseos con mi papa y las historias de las cuevas de piratas en Horcones, el salar...

    el cine en carpa, los taca-taca, los baños turcos, nadando a comprar machas a los botes de pescadores...

    Los viajes interminables por caminos de tierra, Nogales, Puchuncaví...

    En Ford T por la arena hasta la base de Quinteros, y que no te pille la marea en el regreso...

    La semana Ventanina, El Loro con Hipo con piso de arena húmeda, La Cabaña y sus bailes, las famosas hermanas Alonso, todas reinas de belleza algún día... la fogata en la playa!

    Cuando casi me ahogue, cuando me resbale por las rocas...

    El paseo al faro que tardaba una mañana completa...

    las familias que se conocían desde los abuelos...

    En fin, de la tierra venimos, a la...

    Que pena, de verdad!

    También viví de pequeño en Quinteros. No recuerdo mucho. Sí la pasión que sentía (siento aun) por arrancarme de la casa.

    (No sabía caminar, había un par de peldaños que me obligaban a tirarme de cabeza, y una puerta de palos madera blanca de 40 cms que debía trepar, para nuevamente tirarme de cabeza... es que la Papina, la dueña del almacén era irresistible, me regalaba dulces, galletas y helados...)

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